Patrón infalible de destrucción masiva

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El sistema populista es como un manual de instrucciones, una receta prescrita que ha evolucionado con el pasar del tiempo, naciendo en teorías remotas asentadas en mentalidades carentes de imaginación, hasta convertirse en el efecto práctico de una Europa colonizada por la hambruna, desesperanza y desolación; para luego migrar a una Latinoamérica sentimentalista y oprimida por la difamación de un omnipotente sentido de explotación. Por lo que se ha creado, tanto en la teoría como en la práctica, un patrón distintivo y que resulta provechoso aplicar si lo que se quiere es sentarse eternamente en la suave seda de la silla presidencial. Es como una mala novela, con un mal escritor y tiene los peores actores.

Empezamos con las condiciones idóneas para que el Sacrosanto Salvador aparezca: un país en crisis, ya sea económica, social o ideológica (resulta irrelevante para este sistema). Seguidamente se nos presenta el ingrediente principal, sin el que nada de esto es posible, que no es más que un individuo carismático, elocuente, de origen humilde y con una retórica de clamor popular (acrecentando la división de clases). Tampoco puede faltar una gran masa de individuos carentes de esperanzas y desilusionados de las propuestas anteriores, que no cree tener las capacidades para salir de la crisis.

El individuo logra colmar el corazón de las masas con un proyecto que advenga la repartición de riquezas equitativamente y desprecie la inversión extranjera al considerarla una amenaza para la soberanía. Todo ello, avalado por un partido político emergente. Es entonces cuando se hace presente el asentamiento de un discurso Nacionalista, la promesa de erradicar la pobreza (componiendo esta su mayor población) y la tendencia de agravar la desconfianza en las leyes del Estado.

Es fundamental alimentar el ego de este individuo que ha llegado a salvar a su Nación de toda la opresión. Por tanto, precisa de una comisión de aduladores que eleven su figura y la atención irresistible de los medios que le permiten difundir su mensaje (para entonces los considera como una apertura de espacios para su retórica).

Su entrada al poder (por voto o golpe), es apoyada por el clamor “popular”. Por lo que su próximo paso no es más que “legitimar” su pensamiento, a través de la propuesta de una nueva carta magna que “anulen” las “injusticias” del pasado, seguida de la, inevitable, petición de adjudicar el poder de la asamblea a un único proyecto (el del él, por supuesto). Eso deriva a la aprobación de leyes partidistas por mayoría de votos.

Ahora bien, si ya ha ejecutado la primera fase de su proyecto, ¿por qué no seguir? Entonces ha llegado la hora de hacer lo que ha propuesto, repartir la riqueza, eso sí, mediante el incremento de subsidios y acuerdos “bilaterales” que sólo dejan deudas a la Nación que gerencia. Muy bien, ahora podemos tachar eso de la lista, ¿qué sigue?: El apogeo de controles para “hacer cumplir” las leyes adjuntas y la creación de “comisiones populares” para “garantizar” la participación del “pueblo”.

Ha llegado el momento de agregar una pizca (si se le va el tarro, mejor) de culpa a las empresas privadas por el fallo en la economía y el mercado (lo cual no han podido ni mejorar ni evitar). Resulta ahora que es preciso repudiar a los medios de comunicación que abren espacios para las opiniones adversas (que empiezan a hacer acto de presencia), por lo que se crea una ley que regule el contenido de estos.

El individuo carismático y afable empieza a manifestar su desdeño hacia las persona que piden un cambio. Lo que resulta en la supremacía del discurso represivo contra aquellos que critican su proyecto, que es de una obligatoria cobertura mediática. Declara que las opiniones adversas no son más que infundadas bajo un propósito desestabilizador y para combatirlo crea regulaciones en el mercado por la caída de la economía (de la cuál es culpable su oposición).

Se acentúa la pobreza, puesto que no le resulta favorable erradicarla (¡cómo les gusta esa palabra!), ya que es su fuente inagotable de sustento. Centran su atención en presionar a la empresa privada (que aún sobrevive) para que produzca más por menos.

Y entonces empieza lo inevitable: corrupción, un estallido social, crisis, estancamiento económico, protestas, muertes, más control, más crisis, más desconfianza y desilusión.

Al final nos encontramos en una encrucijada:

O la masa de individuos propone una solución, o se sientan a esperar al próximo caudillo.

Este proyecto debería tener en su manual de instrucciones lo siguiente: Recorte siguiendo la línea y pegue en cualquier parte del mundo si quiere que su país entre en crisis.
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