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Héctor Mayerston con Lila Morillo y Adita Riera. Foto de: Network54.com. |
Todos los días aparece un nuevo «becerro de oro» con discursos punitivos
«Freiré sus cabezas en aceite»… Alguna vez fue debate de sobremesa en el país la veracidad de esta bárbara declaración fundacional de la «revolución», de esta suerte de línea perdida del juramento del Samán de Güere contra Acción Democrática (AD) y Copei. Chelique Sarabia, autor de la canción «Ansiedad» y del jingle político «Ese hombre sí camina», usó la frase en unacuña televisiva adeca en 1998. Fue el final de su agencia publicitaria. Nunca se hicieron públicas las pruebas de que Hugo Chávez lo hubiera arengado en un mitin. Y en la cuña se escuchaba el montaje de un imitador. Creer o no creer la amenaza de la fritanga hace mucho que dejó de ser un dilema. La satrapía chavista se sostuvo (y se sostiene) en maledicencias y hechos bárbaros.
Pero alguien tuvo que poner las cabezas en aceite. Alguien hizo que el bipartidismo se quebrara y se erigiera esta nueva casta de vicios exacerbados, este hamponato invivible. Así lo cuenta la narrativa oficial: Había pobreza crítica, niños de la calle, perrarina para cenar y una clase política beoda, opulenta y ladrona. Entonces, un ente monolítico llamado «pueblo» salió a quemar las calles en busca de comida y nunca regresó a su desasistida ranchería. Y entre la peste de las fosas comunes, surgió una logia militar revanchista para traer el bien. Y lo logró el ungido años después. Y ya no hubo AD, ni Copei, ni beodos ni cinturón de miseria.
Ningún rigor hasta aquí.
Si no fue Chávez el freidor, tuvo que ser Rafael Caldera, bien porque ¿lo indultó? o porque antes de que el chavismo se entronizara, lo había hecho «el chiripero» de partidos en 1994. Tal vez nos equivocamos. El fin del bipartidismo pudo ser otra obra de Carlos Andrés Pérez, quien arrebató el poder a los cogollos, abrazó a los tecnócratas y gobernó con la mitad de AD en contra. Y si no fue Chávez, ni Caldera, ni Pérez, ni Uslar Pietri, ni Irene Sáez, ni Dorángel Vargas ¿acaso queda alguien a quien podamos culpar?
Pues sí, hemos estado ignorando a un fulano. Que, dígase pronto, no era cualquier fulano. A principios de los noventa, cuando la muerte no había desaprendido el perdón, recorría las calles de Caracas en un destartalado Volkswagen. Era una de sus muchas excentricidades. Así fue como conoció a su gran amor y su compañera en la heroica empresa de derrotar al monstruo adecopeyano: una cortesana indomable, de ambiciones desmesuradas. Quien lo veía, hacía una mecánica reverencia y se extrañaba de encontrarlo más joven, más gordo, más guapo y más bajo que en los paquetes de harina de maíz. Lo llamaban el hombre que pone la masa en la mesa. Para el sifrinaje,Marco Aurelio Orellana. Para el perraje, Don Chepe.
Un personaje del culebrón Por estas calles fue quien cambió el mapa político. Había pobreza crítica, niños de la calle, perrarina para cenar y una clase política beoda, opulenta y ladrona. Entonces, el dueño de un imperio alimentario decide que el país debe dejar de verlo como un «producto folclórico barato» que aparece en los paquetes de harina, que debe reconocerlo en su justa categoría. Y se lanza como candidato independiente a la gobernación de Caracas con el ojo puesto en Miraflores. Y se inventa un origen humilde y regala comida. Y gana. Y absolutamente nada lo distingue de los políticos a quienes barrió solo por soberbia.
El actor Héctor Mayerston (o Myerston, como también se encuentra en Google) pone rostro a Don Chepe Orellana, un injerto de Jaime Lusinchi, Carlos Andrés Pérez, Carmelo Lauría y Eduardo Fernández. No se pone en duda que su función en el culebrón de comentario social es caricaturizar a la alta dirigencia de la época, pero es posible entenderlo también como el charlatán maquiavélico que entra a la arena pública repartiendo píldoras de cambio y salvación, prometiendo freír cabezas. Lo bueno es que en la representación culebrónica podemos asistir a la intimidad del despreciable tipo, lo oímos decir su gran verdad: «No pienso pagarle la campaña a ningún otro pillo que no sea yo mismo». Se nos permite oír, incluso, la fanfarria joropera que suena en la cabeza del megalómano cada vez que triunfa.
La carrera política de Don Chepe inicia en medio de tribulaciones privadas y públicas. Su hijo drogadicto y asesino acaba de ser liquidado por El hombre de la etiqueta, un policía que sanea las calles de «irrecuperables». Se ha enamorado de Lucha Briceño (Carlota Sosa), la dueña de una agencia que provee de prostitutas al narco y a las transnacionales. Para colmo, algún honesto anónimo encuentra irregularidades en la licitación del vaso de leche escolar y el empresario tiene que repartir cheques en el Congreso para evitar una interpelación. Así es como resuelve cortar el flujo de dinero a los partidos con su propio juramento freidor: «Es hora de que este paisito comience a reconocerme».
Se trata de un hombre sin ideologías. En una misma frase, confiesa su admiración por Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y el comunista Gustavo Machado. Eso sí, tiene lo único que se necesita para ser un purasangre político en Venezuela: resentimiento social. «Como empresario, he tenido que pagar caro el hecho de venir de abajo, de no pertenecer a la oligarquía de este país. He sido víctima de cuanto político de turno y rastrero se sintió con derecho a exigirme el pago de un diezmo para hacerme digno de sus conchupancias», dice en confidencia a su cínico amigo Saím. Pero más importante que el resentimiento, es que tiene a la barragana Lucha Briceño.
Además de disfrutarla en Por estas calles, solo he visto a Carlota Sosa como una copia del personaje de Carmina (la villana de la telenovela Avenida Brasil) en un bodrio de Venevisión llamado Válgame Dios. Quizá por eso me atrevo a considerar el de Lucha como su mejor papel. Es idea de Lucha Briceño queDon Chepe prometa dormir en un rancho distinto cada noche y que la tragicomedia se transmita como una especie de reality. Mi Tía Mima (y el profesor Luis Enrique Alcalá en su libro Las élites culposas) me contó que lo mismo prometió Eduardo Fernández como candidato de Copei en 1988. Es idea de Lucha que dos negros de barrio, Eloína Rangel (Gledys Ibarra) yEudomar Santos (Franklin Virgüez), aparezcan en una cuña de corte abstencionista para luego convertirse en los impulsores de la candidatura de Chepe. Es idea de Lucha la infancia fabulada de Chepe trabajando desde niño en los maizales (el equivalente a vender dulces arañitas en Barinas). Y es idea de Lucha poner sardinas podridas en las bolsas de comida que regalan en el Barrio Moscú, provocando la muerte de una docena de «marginales» en una acción populista que termina favoreciéndolos. Se consagra así como «la gobernadora del gobernador» y se transforma en Blanca Ibáñez (o en la primera combatiente Cilia Flores). Lucha tiene razón en algo: «La memoria es finita. Y más en este país sin historia».
Entonces Don Chepe llega a ser gobernador. En sus primeros días, desfilan por su oficina desde el doctor Valerio (Roberto Lamarca) hasta Eudomar Santos cobrándole favores que bien sabe pagar. Incluso mantiene oculto en la residencia oficial al «narcotraficante subregional andino» Mauro Sarría Vélez (Roberto Moll), como parte de un arreglo por la financiación de su campaña. Y solo bastan horas para que Lucha Briceño ordene desalojar todas las casas de cultura de Caracas e instalar en su lugar el Plan Urbano de Alimentación (PAU), que Chepe vende como «una medida de compensación ante el neoliberalismo». El PAU regala comida a los olvidados de la democracia, quienes son calificados en un registro de desempleo y bajos ingresos. Un prototipo de Mercal. Al menos en el Barrio Moscú, el PAU se convierte en centro de escaramuzas vecinales y en un negocio atractivo para los malandros más viejos. Uno de ellos considera seriamente desistir de la corrupción de menores para dedicarse a traficar alimentos (¿«bachaqueo»?).
Y así es como la ficción hace que la realidad nos golpee. Todos los días aparece un nuevo «becerro de oro» con discursos punitivos. El becerro puede venir en forma de preso político, esposa de preso político, flaquísimo gobernador,«abajo y a la izquierda», cantante de dúo reguetonero, dueño de la Polar, agitadora vulgar en Farmatodo, locutor de la mañana, general senil con armas largas, comandante golpista con verruga y siga usted la letanía. Parece ser que entendemos la «dignidad nacional» en tres fáciles pasos: neurótica búsqueda de culpas, aparición repentina del vengador (a quien se adora y más tarde se destruye) y consumación de la venganza. El problema de estos discursos punitivos es que no tienen ninguna hondura y quienes los encarnan pronto revelan su hambre de nueva casta, su capacidad de freír cabezas en nombre de la exacerbación de las miserias.
Por si quieres saber en qué anda Chepe:
En los
últimos días se han suscitado eventos previsibles sobre los efectos de las, tan
criticadas y apoyadas, huelgas de hambre. “Los resultados esperados fueron
otorgados gracias al sacrificio de aquellos individuos que se unieron a tal
causa”, es el argumento más visible entre los que, por críticas o por mandato,
han publicado al respecto. Lo cierto es que, como se mencionó, era previsible
lo que ocurriría. ¿Por qué? Preguntarán, seguramente, algunos.
Las
condiciones por las que se empezó a gestar este movimiento fueron explicadas en
un vídeo bastante llamativo del actual líder opositor, esa figura que se cambia
a conveniencia, pues el que “sacrifica” más es quien tiene el placer de ocupar
el trono. La primera condición, en la que se hizo más hincapié, fue en el
anuncio de fechas para elecciones, la segunda fue la liberación de los presos
políticos y la tercera la petición de observadores internacionales. Me
permitiré pasearme por cada una de estas condiciones y mostrar mis acuerdos y
desacuerdos con las peticiones y métodos.
Fecha
de elecciones
¡Bravo!
Tibisay Lucena ha anunciado, finalmente, que las elecciones son el 6 de
diciembre. Mis felicitaciones a todos aquellos que creyeron estar luchando por
esta noble causa. Ahora bien, ¿realmente había necesidad de pasar por tanto
desgaste físico para pedir algo que, al final, sería otorgado sin tanta
cobertura mediática?
Cuando
miramos en retrospectiva, podemos observar que uno de los campos donde mejor se
desempeña el chavismo es en tretas electorales. ¿Por qué? Porque tienen
controlados todas las instituciones que tienen como objetivo garantizar la
veracidad de los resultados. Así que, en materia de elecciones, ellos son los
más interesados en llevarnos a esta maravillosa contienda.
El año
pasado se dejó en evidencia que estos señores (los chavistas) son capaces de
cometer cualquier crimen, ante cualquier cámara, con la finalidad de perpetuarse
en el poder. Lo cual ratifican cada vez que hablan, con esos anuncios tan
pacíficos de lanzarse a las calles para preservar el legado de su comandante
supremo, ese legado que no ha sido más que miseria (económica y social).
Entonces
han vendido el anuncio de la fecha electoral como un logro de su gran líder (si
les resulta conocido el método de utilizar logros en pro de campañas hacia un
sujeto, no se preocupen, es pura coincidencia).
Al
final, cuando llegue el momento, se dejará nuevamente en evidencia que a este
estatismo tan arraigado no es sencillo ganarle en su campo de batalla. Para
ello se necesita mucho más que instituciones que se benefician de él.
Liberación de presos
políticos
Cuando
la señora Lucena anuncia la fecha y las huelgas de hambre empezaron a
suspenderse, entonces la crítica se hizo presente y surgieron preguntas como
¿la huelga no era también por la liberación de los presos políticos? ¡Pum! Como
por arte de magia liberaron a Gerardo Resplandor y a Douglas Morillo, por lo
que las críticas se vuelven a acallar. “Listo, lo logramos”, dirán algunos.
Otro
logro más del líder, ese que nos salvará a todos.
Celebramos
la liberación de estos chicos, pues las razones que los llevaron a estar tras
las rejas no son las correctas para nadie, no existe crimen en expresar nuestro
acuerdo o desacuerdo con un “gobierno”.
Observadores
internacionales
En
todos (o la mayoría) de los procesos electorales se hacen presente observadores
internacionales, no es ninguna novedad esta petición. Pedir que la OEA, ese
organismo que ha hecho la vista a un lado ante tantas injusticias y violaciones
de derechos fundamentales de cada individuo, sea uno de los que apoyen este
proceso es como pedir que se apague un incendio con gasolina. La OEA se adapta
a los intereses de quienes la componen, por tanto se adaptan a las peticiones
de estos populistas latinoamericanos.
UNASUR,
ese organismo que se creó como el pacto suramericano más grande de nuestros
tiempos, cuando el gran ejecutor de este plan estaba en pleno apogeo de sus
facultades presidenciales. Hugo Chávez fue uno de los grandes promotores de
este organismo. ¿Realmente vamos a pedir que estos sujetos sean observadores?
La
Unión Europea quizás no le deba mucho a estos personajes, pero, a decir verdad,
Europa nunca ha sido un gran ejemplo de lucha contra el estatismo que nos
agobia en la actualidad.
Si bien
las condiciones han sido otorgadas, ¿realmente te parece que mereció tanto
esfuerzo pedir algo que concederían de igual manera?
¿Crees
que los problemas se solucionarán yendo a una batalla que, desde un principio,
ha sido acordado su resultado?
¿Votarás
por los que han decretado que no estamos en una dictadura, que los muertos son
fortuitos?
¿Votarás
después de haber hecho que en muchos países se hablara de la dictadura en
Venezuela?
¿Votarás
por esos mismos actores que han demostrado que sólo quieren recibir un pago
tras las grandes faltas durante su pasada gestión?
¿Votarás
para que la gran cúpula que está en el poder pueda volver a decir: la participación
fue de un 80% y ha ganado tal personaje con una tendencia irreversible, se ha
demostrado una vez más que el sistema electoral es el más novedoso del mundo y
que estamos en pleno auge democrático?
Piénsalo
mejor.
A
propósito de relatar lo que un individuo puede ser capaz de hacer para llegar
al poder le traemos esta recomendación.
House
of cards es una adaptación estadounidense de la serie británica del mismo nombre.
Se centra en un congresista, Frank Underwood, cuya meta es llegar a la gran
silla presidencial de la sala oval, para lo cual es capaz de hacer cualquier
cosa que se proponga. Este hombre está rodeado de personas que lo ayudan en su
propósito, la más influyente en sus decisiones es su esposa, Claire Underwood,
una mujer con convicciones firmes, capaz de hacer a un lado sus sentimientos
para poder cumplir sus metas.
La primera temporada fue estrenada el 1 de febrero de 2013 y hasta entonces tiene tres temporadas con un total de 39 episodios llenos de intrigas, enemistades y alianzas.
Una serie que te
muestra la importancia de las estrategias al momento de establecer objetivos
tanto a mediado como a largo plazo a la vez que te sorprende con cada giro que
se va presentando en la historia, que llevarán a Frank Underwood a ostentar, o
no, el trono que tanto desea obtener.
Entre
la relatividad del tiempo, la música bailable, el sonido de camiones, los
toldos en esquinas, los cambios de peinados sobre el escenario, las camisas
blancas, los discursos contradictorios y los “igual cobro”, se ha edificado el
panorama electoral de un país que no ha visto más luz que la que emanan dos cuerpos,
no por mérito, sino por los reflectores.
El
ambiente se plaga de júbilo, esta vez sí que hay soluciones, las trae una nueva
sonrisa en el rostro de algún candidato que sí cumplirá y que, claro, declara a
todo pulmón sobre el escenario que no tiene intereses personales y que es un
hombre (o mujer) de Dios.
Las
lágrimas se resbalan por las mejillas de quien lo escucha, los pitos ensordecen
todo alrededor, los corazones palpitan con fuerza, ahora sí ha llegado el
salvador. El mesías político que todo lo sabe y que se promueve grabado en los
pechos de aquellas camisas que reparten a montón. El discurso se alarga por
petición unánime, la algarabía no cesa, se escuchan los gritos de quienes se adjudican
cargos para cuando el mesías llegue al poder.
La voz
que se esparce describe los problemas, todo lo que está mal, critica al
gobierno de turno por su mala gestión y promete que él será mucho mejor. La
multitud aplaude nuevamente porque sabe que esta vez no habrá ninguna duda,
esta vez sí será así. Llega el día de la verdad, la gente acude en masa a los
centros y en la noche anuncian tan esperado resultado: - ¡Ganamos! – Gritan
todos al salir a la calle, como en año nuevo, a abrazarse entre vecinos.
Se
elevan los cánticos, las ovaciones y el buen mesías empieza su faena. Años
después (tiempo variante) las multitudes se vuelven a reunir en las calles,
pero esta vez para alzar su voz en contra de aquel que prometió salvarlos.
Represión y privación de libertad es la única promesa (tácita) cumplida. Las
elecciones están nuevamente a la vuelta de la esquina y aparece otro mesías, el
que esta vez sí va a acabar con la malicia de la humanidad, este sí no tiene
intereses personales y va a dar todo por el pueblo, un demócrata e hijo de
Dios.
Así se
repite la historia, una y otra vez, cuando se trata de elegir a quien
representará a los ciudadanos ante instituciones. ¿Por qué sucederá?
¿Será
porque la política es sucia, como declaran muchos?
¿Será
porque de verdad no hemos encontrado al candidato perfecto, ese que sólo piensa
por y para el pueblo?
¿Será
porque el poder cambia a las personas?
¿Será
porque la culpa no es de los candidatos sino de los que le rodean, que impiden
su trabajo?
¿O
será porque no hemos sido lo suficientemente demócratas?
No,
señores, nada de eso.
A ver si
a estas alturas logran dar con algo que ha faltado en cada campaña.
¿Nada?
Pues
bien, empecemos con cosas básicas. Los candidatos, a la hora de pedir votos,
aplican el factor benefactor, empiezan a prometer comida, subsidios, juguetes,
ropa y pare de contar, son la versión perfecta del tan querido Santa Claus.
¿Ajá, pero si no hacen eso, cómo ganarán votos? Sencillo, con propuestas.
Propuestas concretas que busquen solucionar la causa de los problemas, no
maquillar cifras como eso de subir los sueldos mínimos. ¿Por qué no esto
último? Suben sueldos, reducen horas laborales, baja la producción de empresas,
baja la rentabilidad de estas, no pueden cubrir los costos y vienen los despidos
(esto por sólo mostrar un ejemplo).
Las
propuestas son las bases en las que se debería asentar la elección de cualquier
ciudadano por el candidato X, Y o Z. Así, si exigimos propuestas, evitamos las
tan repetidas agendas de partidos que reciclan un mismo proyecto por los siglos
de los siglos.
Otra
cosa importante es exigir, de cada candidato, un currículo (sí, como cuando
vamos a pedir u ofrecer un trabajo), porque así podemos observar y evaluar los
méritos y la preparación que ha llevado a esa persona a optar por un cargo tan
importante. Ninguna clínica contrata de cirujano a alguien que se ha graduado
de contador, ¿o sí?, o a alguien que se dedica al aseo urbano (aunque ahora con
el señor Ministro, nada se sabe).
Hemos
cometido el grave error de votar por el color de las camisas, total no importa,
lo importante es sacar al de turno. Se nos olvida lo difícil de una lucha para
lograr hacer esto. Y así, entre votaciones y falacias, montamos a cuan
estatista, autoritario y dictador se nos ponga en el camino.
¿Y
cómo lo evitamos?
Aprendiendo
que la política no es algo de lo cual puedas huir eternamente, por tanto, como
ciudadano es necesario que te formes y te responsabilices de ti mismo. Una vez
que eso ocurra no habrá mesías que pueda mentirte y podrás reconocer de
inmediato que el proyecto que este promueve no es más que la ruina o el éxito
de tus intereses.
Hay
algo importante que debemos reconocer, jamás llegará la persona que va a optar
por un cargo, como la presidencia, porque no tiene intereses personales (el que
lo diga está mintiendo). Lo que hará la diferencia será el poder de cada
ciudadano a reconocer que se interponen esos intereses violando los derechos de
los demás.
Recuerden que no está
mal ser egoístas, lo que está mal es hacer cumplir mi voluntad pisoteando a
otro individuo.
Entre
la bruma matutina que cubre su más alta montaña y el frio que cala los huesos
de quien madruga para ver el sol salir, se expande la amplitud de una ciudad
tan majestuosa como siniestra. La sobrepoblación te recibe con un abrazo tan
cálido como escalofriante, los ladrillos se asoman sobre terrenos irregulares y
el frío ocupa cada espacio en tus pulmones.
Si
miras hacia arriba verás su gran orgullo, un cerro que hincha su pecho para
mostrar su inmensidad. Bajas por sus amplias aceras, adornadas de señales
inconfundibles de décadas de existencia. El mayor lugar de encuentro son los
vagones, amarillentos por las luces que le acompañan, donde la intimidad se
hace más tuya al verse expuesta en rostros desconocidos que te miran con ese
dejo de esperanza.
Una
voz se funde en tus oídos, como recibimiento ante tu destino. Las puertas se
abren y se desata una avalancha de pasos que comparten su andar. El ruido nunca
te abandona pero se propaga con más fuerza en el último escalón que pisas.
Sus
calles son una mezcla hipnotizante entre arte y populismo, entre concordias y
discordias, entre protestas y sosiego. Se alzan en las paredes los rostros de
aquellos responsables de la miseria de sus cerros, el color rojo es el emblema
de quien construye y destruye a su conveniencia, así como de aquellos cuya fe
se ha arraigado hacia la ruina de su propio ser.
Donde
vayas te acompañan las hojas de libros que se apilan uno sobre otro ante un
taburete que adorna cualquier lugar libre de la acera. Carátulas de papel te
escoltan para proveer una gama amplia de culturas, ideologías y creencias que han
sembrado la semilla de la curiosidad en quien se pasea a su alrededor.
Palabras
van y vienen, la monotonía los encierra, pero en la esencia de lo suyo está el
don de luchar por una tierra que desean recuperar.
La
alarma me despertó a la hora pautada, miré la pantalla del móvil, eran las
3:00am. Me levanté un poco mareada por las escasas horas sin dormir, con
aquella predisposición que se instala en mi mente cuando me toca repetir una
historia vivida. Recordé lo que había hecho la noche anterior, al fin había
logrado inscribirme en la página web del organismo, tras intentos fallidos y
desvelos agotadores. Revisé los formularios antes de salir, aquellos que había
impreso como última actividad nocturna y me dispuse a salir de casa, a la
espera de algún taxista fiel a las madrugadas. Para cuando llegué al lugar ya
había personas y un sujeto me tendió una hoja con una lista escrita en
distintos matices de tinta, anoté mi nombre junto con un número al lado
izquierdo. Se leía claramente el número 32. Miré a mi alrededor y suspiré,
¿hasta qué punto se debe llegar para recibir un papel oficial?
Pasadas
las 8:00am se acerca una señora, portando una camisa roja como ornamentada al
torso, pide la lista y empieza el juego de designación de números escritos en
un papel que simula ser un ticket. Me hice notar entre la multitud cuando
pronunció mi nombre y recibí lo esperado. Cerca de las 10:00am se empieza a
correr el rumor de que el sistema no está funcionando, cesa la entrada de
personas. Minutos antes de las 12:00pm salen, en desfile, personas en uniforme
y cierran las puertas, es hora de almorzar. Anuncian, como quien no tiene más
remedio, que, en efecto, el sistema está caído y es poco probable que vuelva en
la tarde, pero que pueden esperar sin problema.
El
estómago empieza a sentir los estragos, pero me mantengo de pie a la espera de
que se reanude la jornada. Pasadas las 3:00pm pude entrar, sonrío con la poca
amabilidad que me queda y me siento frente al escritorio asignado. Entrego la
planilla, me la reciben y es sometida al escrutinio de esos ojos calculadores.
-Falta
un sello- Anunció –Te lo ponen en el edificio de al lado- Miró su reloj
impaciente –Ya a esta hora no creo que te atiendan, vuelve mañana tempranito
para que te sellen la planilla y después vienes-
-¿Puedo
pasar directo cuando vuelva?- Pregunto entre resignada y colérica.
-No,
debes volverte a anotar, así como has hecho hoy-
-Perfecto,
gracias- Digo en el tono más sarcástico que sale de mí.
En
efecto tuve que cumplir lo exigido por ambos organismos. Así que, pasada una
larga semana sin comer bien y tras horas de sueño perdidas, pude dar por
concluida la faena.
En muy
probable que si viven en Venezuela te hayas sentido plenamente identificado con
lo anterior, porque en el país de lo posible la burocracia es tan enorme que
vive con cada uno de nosotros, porque para todo se necesita la autorización del
Estado, porque nos controlan tanto que para cada paso se les debe notificar.
Cada
traba que implementan sólo acrecienta la corrupción y el desánimo de la
población, y como nunca funciona ninguna medida se les ocurre la “espléndida”
idea de crear más controles. Es una espiral viciosa en donde unos pocos
obtienen beneficios, para salir en cadena nacional a culpar a los otros de sus
errores.
Ponen
en marcha métodos de la antigüedad que la historia ha demostrado que no
funcionan y no hay posibilidad que cambiando de rostro puedan dar resultados
diferentes. Para detener todo esto se necesita de algo que ellos no conocen:
libertad.
Los
dictadores oxidados, olvidados en el tiempo, con sus sonrisas congeladas y sus
discursos de guerras fantasmas, siempre inventan algún motivo para desviar la
atención de la población, repartiendo controles como insultos, porque en eso se
basa ese sistema, en el terror y la desmotivación. A estos sólo les interesa
coaccionar la libertad individual para así poder hacerlos dependientes y
obligarlos a cumplir sus deseos.
¿Seguirás
siendo parte del sistema o prefieres recuperar tu dignidad?