Entre
la relatividad del tiempo, la música bailable, el sonido de camiones, los
toldos en esquinas, los cambios de peinados sobre el escenario, las camisas
blancas, los discursos contradictorios y los “igual cobro”, se ha edificado el
panorama electoral de un país que no ha visto más luz que la que emanan dos cuerpos,
no por mérito, sino por los reflectores.
El
ambiente se plaga de júbilo, esta vez sí que hay soluciones, las trae una nueva
sonrisa en el rostro de algún candidato que sí cumplirá y que, claro, declara a
todo pulmón sobre el escenario que no tiene intereses personales y que es un
hombre (o mujer) de Dios.
Las
lágrimas se resbalan por las mejillas de quien lo escucha, los pitos ensordecen
todo alrededor, los corazones palpitan con fuerza, ahora sí ha llegado el
salvador. El mesías político que todo lo sabe y que se promueve grabado en los
pechos de aquellas camisas que reparten a montón. El discurso se alarga por
petición unánime, la algarabía no cesa, se escuchan los gritos de quienes se adjudican
cargos para cuando el mesías llegue al poder.
La voz
que se esparce describe los problemas, todo lo que está mal, critica al
gobierno de turno por su mala gestión y promete que él será mucho mejor. La
multitud aplaude nuevamente porque sabe que esta vez no habrá ninguna duda,
esta vez sí será así. Llega el día de la verdad, la gente acude en masa a los
centros y en la noche anuncian tan esperado resultado: - ¡Ganamos! – Gritan
todos al salir a la calle, como en año nuevo, a abrazarse entre vecinos.
Se
elevan los cánticos, las ovaciones y el buen mesías empieza su faena. Años
después (tiempo variante) las multitudes se vuelven a reunir en las calles,
pero esta vez para alzar su voz en contra de aquel que prometió salvarlos.
Represión y privación de libertad es la única promesa (tácita) cumplida. Las
elecciones están nuevamente a la vuelta de la esquina y aparece otro mesías, el
que esta vez sí va a acabar con la malicia de la humanidad, este sí no tiene
intereses personales y va a dar todo por el pueblo, un demócrata e hijo de
Dios.
Así se
repite la historia, una y otra vez, cuando se trata de elegir a quien
representará a los ciudadanos ante instituciones. ¿Por qué sucederá?
¿Será
porque la política es sucia, como declaran muchos?
¿Será
porque de verdad no hemos encontrado al candidato perfecto, ese que sólo piensa
por y para el pueblo?
¿Será
porque el poder cambia a las personas?
¿Será
porque la culpa no es de los candidatos sino de los que le rodean, que impiden
su trabajo?
¿O
será porque no hemos sido lo suficientemente demócratas?
No,
señores, nada de eso.
A ver si
a estas alturas logran dar con algo que ha faltado en cada campaña.
¿Nada?
Pues
bien, empecemos con cosas básicas. Los candidatos, a la hora de pedir votos,
aplican el factor benefactor, empiezan a prometer comida, subsidios, juguetes,
ropa y pare de contar, son la versión perfecta del tan querido Santa Claus.
¿Ajá, pero si no hacen eso, cómo ganarán votos? Sencillo, con propuestas.
Propuestas concretas que busquen solucionar la causa de los problemas, no
maquillar cifras como eso de subir los sueldos mínimos. ¿Por qué no esto
último? Suben sueldos, reducen horas laborales, baja la producción de empresas,
baja la rentabilidad de estas, no pueden cubrir los costos y vienen los despidos
(esto por sólo mostrar un ejemplo).
Las
propuestas son las bases en las que se debería asentar la elección de cualquier
ciudadano por el candidato X, Y o Z. Así, si exigimos propuestas, evitamos las
tan repetidas agendas de partidos que reciclan un mismo proyecto por los siglos
de los siglos.
Otra
cosa importante es exigir, de cada candidato, un currículo (sí, como cuando
vamos a pedir u ofrecer un trabajo), porque así podemos observar y evaluar los
méritos y la preparación que ha llevado a esa persona a optar por un cargo tan
importante. Ninguna clínica contrata de cirujano a alguien que se ha graduado
de contador, ¿o sí?, o a alguien que se dedica al aseo urbano (aunque ahora con
el señor Ministro, nada se sabe).
Hemos
cometido el grave error de votar por el color de las camisas, total no importa,
lo importante es sacar al de turno. Se nos olvida lo difícil de una lucha para
lograr hacer esto. Y así, entre votaciones y falacias, montamos a cuan
estatista, autoritario y dictador se nos ponga en el camino.
¿Y
cómo lo evitamos?
Aprendiendo
que la política no es algo de lo cual puedas huir eternamente, por tanto, como
ciudadano es necesario que te formes y te responsabilices de ti mismo. Una vez
que eso ocurra no habrá mesías que pueda mentirte y podrás reconocer de
inmediato que el proyecto que este promueve no es más que la ruina o el éxito
de tus intereses.
Hay
algo importante que debemos reconocer, jamás llegará la persona que va a optar
por un cargo, como la presidencia, porque no tiene intereses personales (el que
lo diga está mintiendo). Lo que hará la diferencia será el poder de cada
ciudadano a reconocer que se interponen esos intereses violando los derechos de
los demás.
Recuerden que no está
mal ser egoístas, lo que está mal es hacer cumplir mi voluntad pisoteando a
otro individuo.
No estaría demás que todo candidato pase por un POLIGRAFO y que todo sea televisado
ResponderEliminarY otra cosa que evita escoger politicos corruptos entre los candidatos...es que la los ciudadanos se informen en ideologias politicas para evitar ser engañados por los candidatos
ResponderEliminarPor supuesto, la definición ideológica es vital.
ResponderEliminar