Durante nuestra historia ha habido músicas que nos erizan la piel e inundan nuestro corazón de orgullo. Músicas que se han calado en los oídos de multitudes que han pregonado su tarareo por el resto de los años que conllevaron a nuestro presente. Unas se han quedado en el olvido, enterradas como cuerpos en cementerios de antaño. Otras han sobrevivido poco más, pero sólo una se ha adentrado tan profundo que hoy es algo más que el canto patriótico que pretendió ser.
Si
para sus inicios alguien le hubiese comentado a este par de hombres que su
canción sería, posteriormente, uno de los símbolos de su Nación, probablemente
se hubiesen tomado el cumplido como broma (aunque los tiempos no estuvieran
para ello). La Marsellesa venezolana
perduró por sobre la sangre
derramada y las repúblicas perdidas, por sobre traiciones y despotismo, sobre
victorias y fracasos. Posteriormente se convirtió en lo que ahora conocemos
como Gloria al Bravo Pueblo,
proclamada como Himno Nacional por el presidente Antonio Guzmán Blanco el 25 de
mayo de 1881, luego de que se entonara en la celebración de un nuevo año de la
declaración de independencia de 1810.
Tras
modificaciones, hoy entonamos las gloriosas notas de una canción que proclamaba
libertad.
Otra
de las grandes canciones que se ha compuesto y perdura en nuestros días, es
aquella entonada por primera vez el 19 de septiembre de 1914, en un formato
distintivo, como la zarzuela de una obra teatral. Compuesta originalmente por Rafael
Bolívar Coronado y adaptada a la versión que hoy conocemos por Pedro Elías
Gutierrez, el Alma Llanera se ha
convertido en el segundo Himno Nacional, por su gran importancia y difusión
entre los venezolanos y su historia.
Es una
pieza que realza el sentir que genera en nuestra esencia el orgullo de haber
nacido en este suelo, rodeado de los elementos naturales que palpamos cada día,
la espuma que deja en nuestras aguas el fulgor de las olas y el calor del sol
que tuesta nuestra piel. Se ha convertido en el refugio al que acudimos cuando
precisamos de una dosis de optimismo, pero encontramos la terrible nostalgia
que nos indica el dolor de nuestros días. Es mucho más que letras dispersa, es
nuestra identidad.
Finalmente,
pero no menos importante, tenemos la indispensable pieza nostálgica, esa que
nos abre las cicatrices más profundas pero que, a la vez, representa el
antídoto curativo. Venezuela es la única canción capaz de romper las
barreras de cualquier adversidad, de moralizarnos en crisis y de ablandar hasta
el más duro corazón. Por extraño que parezca fue compuesta por los españoles
Pablo Herrero Ibarz y José Luis Armenteros Sánchez, ex-miembros fundadores del
grupo musical Los Relámpagos. Quienes lograron lo que pocos han hecho,
describir a Venezuela, expresando un amor y una nostalgia increíble.
Ha
sido tanta la importancia de esta pieza que la hemos adoptado de inmediato y
considerado el tercer Himno Nacional. Es tan electrizante su efecto que no hay
nadie incapaz de sentirlo. Resume con cada palabra las querencias de cada
venezolano. Es el motor de la añoranza de aquellos que no están y el latir de
los corazones que siguen aquí. Todos llevamos su luz y amor en nuestras pieles,
portamos ese cuatro dentro del corazón y declaramos con fervor que deseamos ser
enterrados cerca del mar, en Venezuela.
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